Invitación a los lectores

Estimado lector:

Le agradezco haber llegado hasta esta página para recibir más información acerca del tema del libro. En este sitio encontrará historias adicionales de personas que han logrado trabajar en lo que les gusta y no en lo que les toca, cuyos testimonios acerca de cómo lo lograron, los obstáculos por los que pasaron y la dicha que hoy experimentan al hallarse en el camino, son fuente de inspiración para mí todos los días.

Espero que los disfrute y que sus historias le insten a buscar eso que usted realmente quiere hacer para ganarse la vida.

Muchas gracias,
Milena Clavijo

Testimonios adicionales que encontrará en la página:
• Mónica Giraldo: Facilitadora del juego de la transformación y Microbióloga. 35 años.
• Patricia Correales: Socia fundadora/Gerente Comercial de la marca H22O (agua embotellada) y Publicista. 31 años
• Laura Jiménez: Coach y Psicóloga. 29 años
• Jesús Muñoz: Docente y consultor, Psicólogo. 49 años
• María Claudia González: Bailarina y profesora de danzas del Medio Oriente, Administradora de empresas. 34 años

Portada del libro

1. Si no dejas de pensar en lo mucho que tienes que perder, te resultará imposible tener en cuenta todo lo que puedes ganar.


Mónica Giraldo
Facilitadora del Juego de la transformación
Microbióloga
35 años.


La experiencia de Mónica es una hermosa historia sobre el tema de hacer caso a las propias necesidades. Alguien diría “esta mujer se chifló” porque su cambio fue tan drástico, y tenía tanto que perder, que pocos pueden comprender de primera mano su proceso y sus sentimientos. Y muchos no llegan a entenderlos, cosa que a ella, por fortuna, ya la tiene sin cuidado.

A Mónica le encantan los textos de crecimiento personal, así como los temas esotéricos de los ángeles, el tarot, el I ching y otros parecidos. Sin embargo, durante demasiado tiempo escondió ese gusto bajo la cama, bajo el escritorio, bajo cualquier cosa que estuviera a su alcance, porque no tuvo nunca un entorno propicio para expresar la afinidad tan especial que tenía con esos temas, como ahora lo tiene.

Su historia comienza en Pereira, donde nació y se quedó hasta que sus padres se separaron. La casa en que vivía allí era la de su abuela, una mujer fantástica, a quien le encantaban los temas esotéricos. La señora leía revistas y textos de percepción extrasensorial, de quiromancia y cartomancia y más adelante, comenzó a experimentar con el tarot. Eso sí, todo era a escondidas del abuelo, pues en esa época (1980) el tema aún era escandaloso y además ella no tenía ningún interés en que pensaran que no era católica, pues la verdad, jamás había cuestionado su religión.

Al separarse sus padres, Mónica se fue a vivir con su mamá un tiempo en Bogotá, pero cuando cumplió los nueve años, se sentía bastante desdichada, pues en Pereira tenía no sólo a su papá y su abuela, sino también a sus tíos y primos, sin mencionar que podía estar los fines de semana en el campo, con ellos. Extrañaba su numerosa familia.

La mamá estuvo de acuerdo con su petición de regresar a Pereira y Mónica partió de nuevo a su casa de infancia. De inmediato se sintió fascinada por las lecturas de la abuela y observaba alelada cuando ella “cacharreaba” con las cartas. Las dos comenzaron a compartir ese gusto y más adelante, su abuela le regaló su primera baraja española.

Al recordar esos días, Mónica dice que todo aquello era más como un juego, que le producía una curiosidad incesante. Más adelante, ya con 18 años, con un tío paterno tuvo la oportunidad de conocer el I Ching. Le gustó tanto que se compró uno para ella, aunque le resultaba enigmático, por su gran contenido filosófico. Entonces empezó a soñar con comprarse su propio tarot.

Cuando tenía 14 años regresó a Bogotá y muy pronto llegó el punto de quiebre: Era el momento de entrar a la universidad. Decidió que quería estudiar ingeniería química, pues la materia se le daba bien. Además, esa carrera sonaba muy conveniente, pues su mamá es ingeniera química y su papá, ingeniero mecánico, y ella tenía grandes facilidades para las matemáticas y los problemas técnicos.

Como su puntaje del examen de estado (Icfes) era lo suficientemente alto para entrar a una de las universidades privadas más prestigiosas del país, de inmediato fue a revisar la lista de estudios profesionales disponibles allá, pero en ese entonces, no existía esa carrera en la institución. No obstante, encontró que el currículo de la carrera de Biología tenía muchas similitudes, así que se presentó a ese programa allí, en otra universidad privada y en otras dos universidades oficiales, donde sí había Ingeniería química, a ver qué ocurría.

Y pasó en todas. Cuando tuvo que elegir, decidió “escoger la universidad y no la carrera”. Entonces se decidió por la universidad privada más prestigiosa. En primer semestre se encontró con la microbiología y le encantó, por eso decidió cambiarse, ya que el primer período tenía prácticamente el mismo contenido en las dos carreras. Sus papás encontraron satisfactoria ésta decisión.

Ella dice que por esa época se veía trabajando la parte de genética e investigación, así como el tema de la inmunología, no tanto la parte clínica. Se dedicó en cuerpo y alma al estudio. Cuando cursaba el tercer semestre tuvo una depresión muy fuerte, pues le había ido muy bien en las materias en los períodos anteriores, pero en tercero las cosas cambiaron y su rendimiento no había sido el mejor. A ella, alumna impecable, le dio “muy duro” ese cambio en las cosas y le creó un cuestionamiento muy fuerte acerca de si debía seguir estudiando eso o no.

Sus papás, preocupados, le dieron la posibilidad de retirarse, pero ella se negó. Hoy dice que tenía una presión muy fuerte de ella misma por seguir adelante, pues le parecía imposible que le fuera a “quedar grande” el estudio. Así que, después de la terapia y las pastillas con el psiquiatra, se quitó la depresión de encima y salió adelante.

Ya terminando la carrera con notas sobresalientes, empezó a sentir, en las prácticas de campo en un instituto de salud, que ese trabajo de encerrarse en un laboratorio todo el día con microscopios y cajas de petri quizá no la hacía tan feliz, pues ella era más sociable, necesitaba relacionarse con las personas. Terminó sus prácticas sabiendo que tenía que buscar otra manera de ejercer. Recibió su título y pronto decidió casarse con su novio, a los 24 años.

Mónica y su esposo decidieron celebrar el matrimonio en Pereira, donde además se pensaban radicar, pues en una ciudad pequeña, con todos los parientes cerca, tendrían mucha calidad de vida. De nuevo sus lazos con la abuela se estrecharon y una vez allá, Mónica decidió que era hora de conseguir trabajo.

Como supondrán, encontrar un trabajo en Microbiología en Pereira resultó muy difícil, por lo cual ella decidió llamar a su mamá, que había trabajado en una de las compañías de seguros más grandes del país, para pedirle que le ayudara a conseguir alguna oportunidad, así fuera vendiendo seguros en Pereira, porque ella no se quería quedar “sin hacer nada”.

Su mamá le consiguió, con un fondo de pensiones, un trabajo de asesora comercial, que Mónica aceptó con alegría. Graduada con honores y muy estudiosa, pronto se dio cuenta que tenía una gran ventaja sobre los otros. Se aprendió el negocio hasta el tuétano y le vendió a todo su círculo familiar y de amigos. Le fue tan bien, que muy pronto le ofrecieron una vacante en la sede de Bogotá de la compañía.

El matrimonio conversó acerca de la conveniencia de regresar y estuvieron de acuerdo en que sería lo mejor por el momento. Así que volvieron a la capital, donde él montó su negocio, mientras Mónica siguió trabajando en el fondo de pensiones y le empezó a ir muy bien. Corría el año 97. Un año después nació su hija, pero las nubes de tormenta se asomaron, pues el año siguiente tuvo una crisis matrimonial muy fuerte.

Durante ese período difícil, ella sintió que volvía a tener una depresión igual a la de la universidad, algo que parecía salírsele de las manos. Era una tristeza profunda, que la inmovilizaba, un dolor que manaba de dentro, pero ella no sabía por qué. Había algunos aspectos que no ayudaban, como por ejemplo que después del embarazo, ella quedó con un problema de sobrepeso que no pudo manejar (25 kilos más) y esto afectó fuertemente su autoestima.

Pensó en volver con el psiquiatra, donde quizá le recetarían pastillas y terapia, pero en algún momento sintió que si no aprendía a manejar sus emociones, iba a quedarse dependiente de los medicamentos toda la vida y eso era algo que no quería. ¿Realmente iba a seguir por ese camino? Decidió que no. El pánico de volver a vivir lo mismo que en la universidad la sacó del hoyo, pero no antes de pasar por mucha reflexión.

Para ayudarse a salir del estado depresivo, se acordó de aquellas cosas que la hacían sentir mejor. El año anterior, precisamente había estado caminando por un centro comercial con su prima y habían encontrado una sucursal de una librería esotérica, La Era Azul. La conocía porque en Pereira una amiga suya le había regalado un libro de ángeles comprado en ese sitio, que ella leyó y aunque le pareció bonito, no le dio mayor trascendencia, simplemente lo guardó en el anaquel.

Ese día, de repente recordó su deseo de comprar un tarot. Había de todos los tipos y ella no tenía idea de cuál era el que más le convenía, pues todos eran carísimos para su presupuesto. La dependiente le mostró el tarot zen de Osho, diciéndole que era “muy bonito”. Mónica se enamoró de las imágenes y sin pensarlo más, se gastó como $100.000 pesos de la época, que entonces era como la mitad de su sueldo.

Empezó a leer el libro de uso y las interpretaciones. “Cacharreaba” con las cartas sólo para ella, y se sentía tocada muy de cerca por la filosofía del zen. El Tarot le parecía muy claro, evidente. Las imágenes hablaban por sí mismas. Así que en la crisis, ella comenzó a consultarlo con mucha frecuencia. Le preguntaba al universo cuál sería la salida para ella, cuál era la respuesta a su conflicto.

Durante un tiempo, Mónica y su esposo fueron a terapia de pareja. Una terapeuta les dijo que cada uno tenía que hacer terapia antes de ir juntos. A ella le pareció que tenía razón: probablemente cada uno tenía “sus rollos” y lo que estaban haciendo ahora era proyectarlo en su matrimonio. De todas maneras el tema no fluyó, no funcionaba, porque a él ese tratamiento no lo motivó.

Por esa época, su padre estaba casado ya con su tercera esposa, quien había tomado un seminario, Eneagrama, y había quedado tan impresionada con él que había llevado al papá de Mónica, quien a su vez, lo recomendó a su ex esposa. La mamá de Mónica tiene una excelente relación con él y confía plenamente en su criterio, de manera que se apuntó al seminario para el mes de octubre, lo pagó y estaba esperando que llegara la fecha para tomarlo, cuando tres días antes le asignaron un viaje de la oficina que no pudo aplazar.

Entonces le dijo a Mónica que asistiera por ella, para no perder el dinero. Lo dictaban un viernes, sábado y domingo. Mónica, que estaba buscando cosas diferentes para alegrarse la vida, encontró interesante la propuesta, y pidió permiso en la oficina. Hoy dice que ese seminario cambió su vida, porque “fue su despertar, su estar consciente de muchísimas cosas, de sus aptitudes, del conocimiento, de saber quién era y quién no”.

Para los que no saben de qué trata el seminario, como yo, Mónica enumera sus beneficios: ayuda a entender mejor a los otros, a ver el ser y la persona detrás de las formas y los convencionalismos. A ella, Eneagrama le ayudó a descubrir que “iba detrás de un éxito que no existía”, porque esa carrera era una trampa de su mente: corría una maratón sin fin, que después de alcanzar algo siempre ponía una nueva meta al frente.

Entendió que su motivación no era llegar a un punto, laboralmente hablando, porque le encantara, ni porque en ello estuviera el sentido de su vida, sino por el éxito per se. Allí le enseñaron que “el éxito era un estado mental”, lo cual implicaba que quizá lo que ella estaba buscando, podía alcanzarlo sin seguir en esa carrera, o sintiendo ese agotamiento.

Llegó del seminario “flotando en las nubes”, sintiendo que había encontrado muchas respuestas para trabajar el tema de su matrimonio, que para ella era el eje de su vida. Pero descubriría más adelante que cada uno tenía su proceso, y definitivamente, ese no era el de su esposo.

Su mamá y su prima asistieron también al seminario, y según cuenta, eso las acercó todavía más, fue el punto de partida para la relación tan cercana que ahora tienen. El tarot zen de Osho adquirió un sentido más amplio después del seminario, y Mónica sintió que había alcanzado un nuevo nivel de comprensión del mismo.

Dejó pasar el tiempo, mientras reflexionaba cada vez más profundamente sobre quien era ella y lo que necesitaba. Entonces, le pidió a su esposo que se separaran por un tiempo. En ese mismo período cambió de cargo en el fondo de pensiones, pues fue ascendida para manejar un tema comercial a nivel nacional.

Paralelamente, estaba cursando una especialización en Mercadeo, pero a pesar de que terminó las materias, no hizo el trabajo de grado, ni se tituló. Alcanzó a plantearlo, pero encontró que no le emocionaba y además, el nuevo trabajo se le estaba volviendo un dolor de cabeza. El ascenso no le había implicado un aumento de salario, y en cambio, sí un esfuerzo mucho mayor, pues habían empezado a fusionar áreas. Ella había aceptado para demostrar primero que podía manejarlo, y luego si hablar con su jefe para pedirle que revisaran su remuneración.

Pero siempre le decían que “la política” de la compañía era manejar ese salario para ese cargo. Nunca hubo una contrapropuesta y ya tenía que trabajar 16 horas diarias, con una niña de cuatro años y un bebé en la casa. No era justo y además ella ya tenía encima los cuestionamientos sobre qué hacer con su vida, así que empezó a buscar otro trabajo y lo encontró pronto, en un cultivo de flores.

Era un cambio radical, en un cultivo de Subachoque, una cosa muy distinta de la megaempresa de la que venía, pues era un negocio pequeño, donde dependía directamente del dueño del cultivo y además, tenía que viajar a E.U. a negociar con los clientes.

La promesa económica era muy buena, entonces ella sintió que era como volver a trabajar para sí, mostrar sus resultados y no los de cerca de un centenar de personas a nivel nacional con todo el rollo que eso implicaba. El entrenamiento fue interesante, perfeccionó su inglés, no tenía que ir a trabajar de sastre y el horario era inmejorable: llegaba muy temprano, pero salía a las 3 pm. Por esa época, volvió del receso con su esposo, y como aporte al tema de que el matrimonio funcionara, ella no hablaba de temas esotéricos en la casa con su marido, pues a él “esos rollos” le sonaban siempre a crisis de ella y final de la relación.

Sin embargo a medida que pasaba el tiempo, el trabajo empezó a no ser lo que esperaba. El apoyo de la empresa no se dio como lo habían prometido, los recursos que necesitaban para cumplir con los resultados no llegaron. De 7 a 10 a.m. trabajaban y de 10 a 2 p.m. prácticamente no hacían nada. Les pagaban el salario básico, pero no había comisiones porque las ventas no se cumplían.

Empezó a buscar trabajo de nuevo, mientras que leía cuanta cosa del tema de autoayuda y esoterismo le caía en las manos. Ya tenía tanta práctica leyendo el Tarot de Osho, que se había arriesgado a compartirlo con su familia y amigos más cercanos.

En esas, su mamá conoció a un maestro espiritual que le pareció muy bueno y le pidió que le ayudara a extrapolar esa experiencia a la empresa que ella manejaba. El maestro declinó la invitación, pero le recomendó a un especialista, Ignacio Hernández, para el tema.

El tema que dictaba Ignacio era Kinextesis. Con mucho éxito llevaron el seminario a la empresa y aquellos que quisieron profundizar de manera personal, lo hicieron. Entre esos, estaba Mónica. Su esposo asistió con ella al seminario, pero las impresiones fueron completamente distintas: a él no le gustó para nada, mientras a ella le inspiró y mostró que definitivamente necesitaba escuchar sus necesidades internas, su especial manera de ver el mundo, porque si sólo vivía de afuera para dentro, iba a seguir sintiendo ese vacío.

Pronto la llamaron de una empresa que representaba firmas extranjeras y vendía contenedores completos de insumos químicos industriales. Allí aprendió mucho dadas las condiciones del negocio, que le exigía conocer todo el proceso de exportación e importación al detalle, aplicarlo y controlarlo. Esa empresa se convirtió en el “caldero” en el que se cocinó el cambio en su vida.

Trabajó allí con un equipo de mujeres (María Claudia González era su jefe, el caso de ella también aparece más adelante en esta página), en el que se creó una amistad muy fuerte. Ellas la motivaron para que les compartiera sus conocimientos de esoterismo y Mónica les empezó a leer el Tarot. Así, lo que pasó es que en su casa no podía hablar del tema, pero en el trabajo, con sus amigas, podía hacerlo todo el tiempo y su corazón empezó a sentirse mejor.

No obstante, ocultar todo ese proceso le generaba una carga muy pesada. Ella quería hablar del tema, quería profundizar, quería contar con el apoyo de su pareja, porque sabía que no estaba haciendo nada malo. Pronto se dio cuenta que eran tan importantes esas cosas en su vida, que no quería ocultarlas más. Era un proceso de liberación, su forma de buscar la paz, pero a su esposo le chocaba la cosa y su relación de pareja no iba por el mismo camino. “Uno siempre sabe lo que tiene que hacer pero se hace el loco”, recuerda.

Una crisis de salud, que le ayudó a sobrellevar un médico bioenergético, le mostró que estaba somatizando sus problemas internos con enfermedades. Entonces decidió tomar el nivel II de Kinextesis. En ese seminario comprendió que era hora de tomar una decisión. Durante tres meses hizo un proceso de desprendimiento muy fuerte y le pidió al esposo que se separaran “del todo”.

Él le dijo que quería quedarse con los niños, pues podía, económicamente hablando, mantener el mismo tren de vida que tenían, el mismo colegio, con empleada interna, casa grande y todas las comodidades. Mónica lloró mucho, pero dadas las condiciones de su trabajo (entraba a las 7 am, salía a las 6 pm y viajaba una semana al mes) y su salario más bajo que el de él, pensó en ahorrarles a sus hijos tener que pasar necesidades con ella.

De todos modos, se fue a vivir en un cuarto a dos cuadras de la casa. Lloró varios meses, hasta que en el proceso de volver a empezar, comenzó a descubrir muchas cosas que ella había dejado de ser por convertirse en la mujer que su esposo esperaba. Encontró hoyos en su autoestima, que afectaban las cosas que hacía y su manera de ser. Volvió a mirar quien era ella antes de casarse y de cuántas formas se había anulado para poder encajar, hasta convertirse en esa casi desconocida que se estaba deprimiendo.

Por fortuna, su madre la apoyó en el tema de la separación y eso le dio fuerza para enfrentar el mundo que se le venía encima y su propio proceso de transformarse. Gracias a esa relación que se volvió tan cercana, cuando a su mamá la invitaron a jugar el Juego de la Transformación, ella supo de inmediato que era perfecto para su hija. No le dijo nada de su descubrimiento, sino que lo compró por Internet para dárselo de regalo de navidad.

Mientras tanto, Mónica vió la película “¿What the Bleep do we know?” y comprendió por qué ella se había vuelto gorda. Como en una historia de ficción, empezó a bajar de peso, sin hacer nada. “Me estaba desinflando”, recuerda. También hizo el Mapa del Tesoro, un taller en el que en un hexágono de cartulina se divide cada uno de los aspectos de la vida y en esos espacios, la persona pega una imagen que “no necesariamente es lo que quieres hacer, sino que te transmite lo que quieres sentir”, explica.

En el área del trabajo, Mónica pegó una imagen de una pitonisa con cabellos de medusa en la cabeza, que para ella significaba la transformación radical de la forma de ganarse la vida. La idea de cómo hacerlo se la dio su mamá, sin saberlo, cuando en navidad le regaló el Juego de la Transformación. El problema fue que Mónica no lo consideró sino hasta un tiempo después.

La química con el juego fue instantánea, le pareció maravilloso. Según me contó, el juego tiene cuatro partes: la física, la emocional, la mental y la espiritual. “Te pide que hagas una pregunta y luego te ayuda a encontrar las respuestas que hay en tu inconsciente respecto a ese tema”, explica. Leyendo la caja, Mónica encontró la historia del juego y sus creadores y se enteró de que dictaban seminarios para ser facilitadores del juego. De hecho, venía una aplicación dentro de la caja. Ella la llenó pero no la mandó, porque le dio miedo la plata que había que invertir para hacerlo.

Pero nunca perdió contacto con el juego, ya que se inscribió en la página web del mismo y ellos le mandaban información regularmente. Por esa misma fecha, decidió empezar a cobrar por sus lecturas del Tarot, que cada vez eran más numerosas.

Con el tiempo, sintió que su ciclo en la empresa de químicos ya se había cumplido y se dio oportunidad de salir con otras personas. También se fue a vivir con su prima. Entonces la llamó una amiga que había conocido en Kinextesis II, Mabel, quien le ofreció presentarse para un cargo en una comercializadora de acabados para la construcción, donde ella trabajaba. La oportunidad era buena, pues quería cambiar, no tendría que viajar tanto, y si las cosas resultaban, la remuneración podía ser mejor.

Sin embargo, las cosas no salieron como esperaba: era jefe de un punto de venta y habían algunas condiciones de la estructura interna de la compañía que no le facilitaban el trabajo. Los resultados no fueron buenos y eso implicó disminución en su ingreso, pues si no se lograban las ventas no había comisiones. Las angustias económicas la llevaron a pensar en salir a buscar otro trabajo, pero a fin de cuentas, ¿a hacer qué? Se preguntaba. ¿Otro trabajo igual, o ahora sí, el que ella quería?

Su mamá le ofreció que se fuera a vivir con ella por la época en que su abuela llevaba ya varios meses con quebrantos de salud (tenía 84 años), ninguna enfermedad, pero se sentía débil. Apenas unos días después de trastearse, la abuela murió. Mónica creía estar preparada para su muerte, pero cuando llegó a la funeraria sintió el peso de la pérdida. El dolor era espantoso, volver a la casa de infancia, revivir la conexión con ella…

Al regreso habló de ese tema con Mabel, quien acababa de hacer un taller de ángeles con María Elvira Pombo (cuyo caso también aparece más adelante en este libro). Entonces Mónica se acordó del libro de ángeles que tenía guardado y se preguntó si no llevaba mucho tiempo siendo tratada de contactar por ellos. Se le ocurrió pedir una señal, porque Mabel insistía en que su abuela le quería hablar de un “camino nuevo”. Entonces le miró los aretes a su amiga y vio que éstos tenían tallada una virgen milagrosa de la cual su abuela había sido devota toda la vida. Esa era su señal. Se puso a llorar a mares, pues sintió a su abuela más cerca que nunca.

Siguió con su trabajo, pero entró a estudiar Tarot en una escuela especializada. Como para esas fechas ya habían pasado los dos años de no convivencia después de su separación, pasó los papeles para el divorcio. Mientras, su mamá la veía en el desespero del trabajo que no funcionaba y le decía, “¿Por qué no te vas un tiempo afuera, a pensar con tranquilidad?” Claro, era un viaje para trabajar, pero al menos lejos de lo mismo de siempre, para romper con la cotidianidad y buscar una salida.

La idea le caló en la mente, porque ella ya hablaba inglés, pero no sabía exactamente a dónde o a qué podría irse. Iba en un taxi pensando en esas cosas, encomendándose a los ángeles, cuando le sonó el celular y era Mabel diciendo que quería montar un café de ángeles. Entonces Mónica dijo, sin saber cómo, porque las palabras casi salieron solas, que ella se certificaría en el Juego de la Transformación. Fue una respuesta que salió de adentro, sin prepararla. ¿Qué es eso? Preguntó Mabel. Mónica empezó a explicarle y sintió una emoción grandísima de hablar del tema, de saber que tenía una respuesta.

Esa misma tarde le contó a su mamá y ella la apoyó en la iniciativa (es su ángel de la guarda…). Aplicó al entrenamiento, en Asheville, Carolina del Norte y la aceptaron (sólo eran 4 personas por entrenamiento). De manera que, lo que no hizo cuando tenía más plata disponible, lo hizo ahora no teniendo sino lo justo.

Preparándose para la experiencia, empezó a meditar “por pulso” con la ayuda de una maestra argentina. Esto trata de una iniciación con resonancia, donde el maestro te da un mantra y una imagen que te ayudan a relajar la mente. Ese mismo día logró meditar durante 45 minutos y no ha dejado de hacerlo hasta ahora, dos veces por día.

Paralelamente en su trabajo la crisis era cada vez peor. Ella pensaba pedir vacaciones para ir a su entrenamiento del juego y al regreso definir qué hacer. Sin embargo las cosas se dieron de una manera diferente, porque recibió una agresión muy fuerte de uno de sus jefes y eso le rebasó la copa. Decidió que ella no iba a aguantarse eso y renunció.

Se dedicó de lleno a ayudar con las iniciaciones de la meditación por pulso, pues a muchas personas les interesaba el tema, mientras preparaba su viaje. Claro, ella llevaba trabajando 12 años seguidos, con lo cual el cambio la hacía sentir rara. Pero pronto llegó la hora de irse y viajó a Estados Unidos a tomar el entrenamiento.

El taller comenzaba todos los días desde las 9 am. hasta las 10 pm. Todo el día estaban jugando y encontrando aspectos para transformar, procesos para mejorar. El entrenamiento fue intensivo, por lo cual cuando no estaban en clase, debían estudiar el material. Fue una “inmersión total”, justo o más de lo que ella esperaba. Era fantástico, sentirse como en casa con esas personas que no juzgaban y que le daban al tema tanta importancia como ella.

Al llegar, organizó todos sus materiales, para crear una presentación precisa y eficaz de lo que ahora sabe hacer, empezó a hacer sus juegos, ya oficiales después del entrenamiento, y se inició como maestra de meditación. Mónica es ahora una de las representantes del Juego de la transformación en Colombia.

Un tiempo después de haber estado realizando sus juegos como facilitadora certificada, la llamó Ignacio Hernández, el asesor con el que tomó Kinextesis —quien ha seguido de cerca su proceso por tres años—, y le ofreció trabajar con él para que pronto pueda apoyarlo en sus seminarios, así como también prestar sus servicios en la sede que piensa abrir para dictar éste y otros temas a la gente. Ella aceptó de inmediato, feliz con la oportunidad.

En efecto, la intención de Mónica en el futuro es tener una casa, —quizá sea esta misma en la que empezará pronto a dictar talleres, o tal vez otra— en la que haya un salón acondicionado para desarrollar el juego, donde haya un lugar para que otras personas puedan hacer meditación, reiki, consulta de ángeles y tarot, danza Samkya y seguir haciendo talleres y seminarios. Cuenta que muchas personas no pueden tomarse el tiempo para meditar, porque siempre hay ruido y otras “prioridades”. Ella quiere que en su casa haya espacio para hacer esas cosas, con personas a las que les parece importante también.

Próximamente, montará una página web con sus servicios y el nombre que va a usar para la institución que creará, donde el juego será el eje fundamental, pero como ya lo explicó, no va a ser lo único. Esto va en serio: ya sacó su RUT, y va a empezar a llevar una contabilidad desde ahora.
Charlando sobre el momento de “cambio”, Mónica me explicó que, para ella, la experiencia fue, más que pararse y decidir hacer algo diferente, un “rendirse” a la verdad. “Un proceso más de rendición que de acción”, dice. Fue un momento en el que dijo: “OK, yo sé que quiero y aunque mi realidad es tan contundente que no me imagino cómo hacerlo, ni veo como atravesar este camino entre lo que soy hoy y lo que quiero ser, confío en que es verdad y que por aquí es que debo caminar, por lo tanto, me rindo al cómo”

Y explica: “Cuando vas por el camino de la acción, romper esquemas, paradigmas, presiones y cambiar radicalmente, tiene un costo muy grande, implica mucha fuerza, energía, ir en contra de todos los que no están de acuerdo, y eso agota, enferma, crea más crisis. Entonces llega el momento de rendirse, de soltarse”. Por eso se rindió a que las piezas comenzaran a encajar, a que los milagros sucedieran y a ver las señales, para decidir por donde seguiría su camino.

Vale la pena que le dedique un rato a esa reflexión. ¿Ha sentido el impulso de dejarse llevar por su intuición, pero no ha confiado en ella lo suficiente? ¿Es su hora de rendirse también?

2. Ninguna iniciativa es inútil. Con frecuencia de una manera inesperada, todo lo que hacemos lleva intrínseca una respuesta


Patricia Correales
Socia fundadora/Gerente Comercial de la marca H22O (agua embotellada)
Publicista
31 años


Patricia es alta y elegante, lleva el pelo liso y con iluminaciones doradas con la misma desenvoltura con la cual se expresa usando una voz muy suave. Estudió Publicidad y durante algún tiempo fue la fundadora y directora de la revista 22, que quizá algunos de ustedes se encontraron al ir de compras o al gimnasio, pues esa publicación la compraban las empresas para obsequiarlas a sus clientes cuando iban a sus puntos de venta o locales.

La revista tenía un formato muy pequeño (10,5 por 11 cm) y contenía secciones de fotografía, arte, personajes, viajes y temas de New Age. Y aunque Patricia siempre pensó que quería hacer una revista, porque no se sentía del todo a gusto trabajando para alguien, nunca se imaginó la forma en que finalmente su idea de la publicación se materializó.

Sin embargo, algunas dificultades le mostraron que su camino no podía seguir por ese mismo lado si quería ser realmente consecuente con lo que en la revista decía. Cómo ocurrió esto y de qué manera volvió a encontrar su norte, es lo que me gustaría contarle.

Una vez graduada, Patricia se empleó en una agencia de publicidad durante un año y medio. Después trabajó un tiempo en la revista Cromos, durante el período de alistamiento de una nueva publicación. Quería estudiar en el exterior, así que decidió irse para Francia en 1998, a estudiar un Major de Comunicaciones Internacionales en la Universidad Americana de París y luego, un Máster en Educación en la Sorbona.

Allí tuvo momentos de gran soledad y se enfrentó a eventos que la pusieron muy triste, le hicieron mucho daño. Tuvo que esforzarse para superar la tristeza y el abatimiento y aún hoy prefiere no ahondar en esos recuerdos dolorosos. Sin embargo, a punta de perdón y reflexión, logró sobreponerse a su pena y dolor y surgió de todo esto fortalecida, de nuevo feliz de estar viva.

Uno de esos días, ya recuperada, mientras caminaba por París, se le ocurrió que quería hacer una revista que le diera herramientas a la gente para ser feliz, no por la vía de las cosas cómicas, sino por la vía espiritual, búsqueda en la que ella misma se encontraba. La idea comenzó a tomar forma en su mente, mientras que terminaba sus estudios, de manera que cuando regresó a Colombia, en 2005, tenía claro que la quería hacer, pero le tomó seis meses armar la idea en su mente antes de decidirse a producirla.

En Diciembre de 2005 inscribió la revista en la Cámara de Comercio y pensando en el nombre, decidió llamarla revista 22, entre otras cosas porque había leído un libro “Conversaciones con Dios”, el cual mencionaba que “Dios nos habla con símbolos”. Y según sus conocimientos, “el 22 es el número que habla de la evolución del ser hacia algo mejor”. Se empezó a encontrar el número en todas partes: en el recibo del cajero, en el papelito que le daban en la calle… Incluso por coincidencia, la fecha del registro del nombre de la revista fue el 22 de diciembre y la revista empezó a circular la semana 22 de 2006.

Patricia invirtió sus ahorros en el proyecto sabiendo que, según dicen los que entienden del tema, el punto de equilibrio de una revista se alcanza más o menos en año y medio. En enero de 2006, cuando conocí a Patricia, su revista llevaba 10 meses de existencia, tenía un tiraje de 10.000 ejemplares al mes y contaba aproximadamente con 300 suscriptores. La opción de la suscripción surgió porque cada vez más gente llamaba para pedir que se la enviaran, no querían perderse el próximo número. Y aunque el concepto era tener una revista gratuita, pareció muy apropiado que los clientes quisieran asegurarse de tenerla, así que ella montó el esquema.

En ese momento ella no sólo trabajaba haciendo la revista, aunque ésta le generaba trabajo para eso y mucho más. Paralelamente, conservaba un empleo de medio tiempo en una compañía que se encarga del manejo administrativo de varios colegios en Bogotá, el cual aún tiene. Allí dicta talleres a profesores sobre temas de comunicación y enseñanza, que después ellos deben replicar a los alumnos. También trabaja con los niños, en programas que ayuden a reforzar su autoestima, a creer en sus sueños y cultivar la alegría de estar vivos. Y cuando puede, también hace consejería para niños y jóvenes.

Con el salario mantenía su revista, pues tenía cuatro empleados (Diagramador, contador, secretarias) y varios contratistas. Era difícil a veces mantenerse firme con su proyecto cuando se veía tan llena de trabajo, pero con disciplina logró sacar el número de cada mes y su iniciativa empezó a tener más visibilidad, pues le hicieron entrevistas para el canal 6, la revista Publicidad y Mercadeo y la emisora la W, en el programa “La hora del regreso”.

Cada vez que recibía una carta de agradecimiento de un lector o un mensaje de apoyo felicitando al equipo por la labor realizada, a Patricia se le olvidaban las trasnochadas y el esfuerzo económico que estaba haciendo, porque estaba convencida de estar dando algo valioso al mundo gracias a su esfuerzo.

Sin embargo, a mediados de 2007, las proyecciones financieras de la revista no eran las mejores, pues el crecimiento no apuntaba al logro del punto de equilibrio y ella preveía dificultades económicas para seguir manteniéndola, pues los ahorros se habían ido acabando y la revista aún no podía sostenerse por sí misma.

Era una paradoja, porque los lectores parecían recibir bien la publicación y los comentarios eran buenos, pero los ingresos no eran los esperados. En medio de esta crisis, Patricia se encontró con un artículo del calentamiento global, de esos que afortunadamente ahora abundan para que tengamos consciencia del daño que hacen al planeta las emisiones de los vehículos y aviones, la tala de los bosques para crear papel y empaques, la contaminación originada por los procesos industriales y la falta de reciclaje.

Entonces se le ocurrió que su revista estaba, vía el consumo de papel, ayudando a incrementar la desaparición de bosques. Hizo una proyección de las necesidades de papel para su revista en caso de logro del punto de equilibrio y alcance de las utilidades en el largo plazo. Después calculó cuantos árboles podrían necesitarse para fabricar el papel que su revista demandaría. La cifra le pareció escandalosa y pensó que de alguna manera, su proyecto estaba contribuyendo al desastre.

A Patricia le pareció que la situación no dejaba de ser irónica. Por un lado, llegaban a mucha gente con un mensaje positivo, pero por otro, estaban afectando negativamente al planeta. Entonces, en una noche de insomnio, en la que pensaba a donde iría a parar todo el dinero que ya había invertido en la publicación, se acordó de un señor que había conocido hacía unas semanas gracias a la revista.

Esta persona poseía un manantial de agua y estaba buscando una manera de comercializarla, pero sin añadirle ningún tipo de químico, aditivo o conservante. Por eso lo había conocido ella, porque la revista iba muy enfocada al modo de vida sano y la alimentación balanceada y parecía buena idea hablar del tema en su publicación.

Esa misma noche se desveló concretando la idea que se le había ocurrido: crear una marca de agua, cuya producción y empaque no implicara arrojar químicos nocivos al medio ambiente y con los ingresos contribuir con la educación de niños de bajos recursos. Deseaba, al día siguiente, hacerle la propuesta al dueño del manantial apenas se levantara.

Así comenzó una nueva aventura. Cerró la revista en la edición número 13, publicando en los últimos ejemplares publicidad para que la gente sembrara un árbol y adquiriera las revistas que ella tenía en reserva. No era fácil terminar con todo, porque su publicación alcanzó a circular más de 100.000 ejemplares durante un poco más de un año y había trabajado muy duro para sacarla, pero el nuevo reto la emocionaba.

Paralelamente, siguió con los trámites para la nueva iniciativa. La marca elegida fue H22O, se investigaron e implementaron todos los requisitos que eran indispensables para asegurar que se entregaría un producto excelente a los clientes y se definió que el agua del manantial sería embotellada en un material reciclable que reemplaza al plástico y que, a diferencia de éste, es biodegradable.

Poco a poco, comenzaron a tocar puertas para la distribución y hoy su agua se vende en los Star Mart, Supermercados ROMI, VIPs, algunas compañías de catering de aviación y en ciertas entidades del sector educativo, como colegios y universidades. En este caso, el punto de equilibrio se alcanzó en menos de un año, como confirmando las bondades de la idea y pronto comenzó a dar ganancias, con lo cual Patricia ya no tuvo nuevamente noches de insomnio.

“Hoy me doy cuenta que de no haber sido por la revista, la cual disfruté mucho mientras existió y representó para mí un sueño hecho realidad, no hubiera llegado a la idea del agua. Mi conclusión de esto es que todo pasa por una buena razón y que el éxito de una compañía que empieza, radica en tener paciencia, confianza y especialmente, estar muy alerta, saber cuándo detenerse, cuando seguir, por cuál camino desviarse y sobre todo, preocuparse por servirle a la humanidad desde todos los puntos de vista”, expone.

Si su primera idea para trabajar en lo que le gusta no está dando los resultados que espera, como le ocurrió a Patricia, no se diga de inmediato que ha fracasado y debe volver a lo mismo de antes, o rechazar de plano comenzar de nuevo. Probablemente, haya un mensaje importante en ese intento, algo que de otra manera no habría podido descubrir.

Esfuércese en encontrarlo, en descifrar cual es la variación que debe hacer para encontrar nuevamente su rumbo. Y para ganar perspectiva, es bueno recordar que aún estas experiencias dolorosas nos dotan de nuevas habilidades y conocimientos, que con seguridad serán necesarios para esa nueva alternativa que nos espera a la vuelta de la esquina. Como dice María Elvira Pombo, la terapeuta de ángeles: “Las cosas no salen mal, salen distinto a lo que esperabas”.

3. La cantidad de plata que ganes no es la medida de qué tan bien estás haciendo las cosas.


Laura Jiménez
Coach
Psicóloga
29 años


El día que conocí a Laura fui a la casa transformada en oficinas en la que hace coaching a sus clientes y que comparte con otros colegas. Ella estaba terminando una sesión con uno de sus coachees y nos cruzamos en la entrada. Como no nos habíamos visto antes, ella me dejó seguir sin saber quién era yo, pero sospechándolo.

Es una mujer joven y bonita, que usa el pelo largo con iluminaciones que resaltan sus brillantes ojos verdes. Sonríe con frecuencia y habla con facilidad, como un orador experimentado, de esos que hechizan a los auditorios. Hay una llamita que parece arder en ella, una convicción que no se encuentra con facilidad en alguien tan joven, pero es que ella ha recorrido un camino largo en poco tiempo.

Laura no supo con facilidad qué quería hacer desde el principio, pero su intuición siempre le avisó cuando las cosas dejaban de estar bien, cuando ella necesitaba algo más. Recién se graduó del colegio, se fue un año a Francia, a Montpellier. No tenía muy claro qué quería estudiar, pero en aquel tiempo que estuvo sola descubrió en su interior una gran sensibilidad por la vida y por los otros. Un día, mientras estaba allá todavía, llamó por teléfono a sus padres y les contó que iba a estudiar Psicología.

Y llegó a hacerlo. Durante la carrera terminó con su novio de seis años y empezó a encontrar una parte de sí que define como “rebelde”. Nada de aceptar el concepto de los otros sin digerir. Esto lo vivió cuando casi todos sus compañeros querían dedicarse a la Psicología clínica y ella en cambio, quería Psicología Organizacional.

En los dos últimos años de universidad hizo sus prácticas, una parte de Organizacional en Transmilenio y otra en clínica, con los consultores de psicología de la Universidad Javeriana, que trabajaban con personas que viven en estratos 1 y 2.

Ocurrió que el tema de clínica le resultó doloroso, quedaba muy cargada negativamente de las sesiones, pues el psicoanálisis la llevó a ver mucho sufrimiento, impotencia y dolor en la gente. En cambio, en la práctica organizacional, que fue pesada y consumió la mayor parte del tiempo, se sintió a gusto. Así que confirmó su hipótesis: se sentiría mejor trabajando con empresas.

Presentó su tesis seis meses después de terminar las materias y le ofrecieron entrar a una multinacional de selección de personal y consultoría en recursos humanos. Allí trabajaba una psicóloga muy renombrada y con gran experiencia, que sería su jefe. Con ella trabajó un mes en temas de selección, porque a eso se dedicaba principalmente la compañía. Como todos los primeros trabajos, en este se sintió desubicada al comienzo, pero poco a poco fue aprendiendo la manera en que se hacían allí las cosas.

Al poco tiempo, cuando su jefe decidió irse de la compañía, ella comenzó a sentir que necesitaba más carga, porque estaba viendo que tenía tiempo y las demás empleadas tenían demasiado trabajo. Así que se fue a la oficina del Gerente, a decirle esto.

Le asignaron un proceso de selección de una compañía multinacional, en inglés, cuando apenas llevaba un poco más de un mes en la compañía. Después le contarían que eso normalmente no ocurría antes de los seis meses.

Allí se quedó dos años y medio, aprendió mucho, pero empezó a sentir que ya sabía hacer ese trabajo, que era demasiado operativo y que ella necesitaba algo más. Nuevamente fue a hablar con su jefe, con el cual había desarrollado una relación cercana durante ese tiempo.

Con la honestidad que la caracteriza, le dijo que quería dejar de trabajar en el tema de selección, porque necesitaba otra cosa, se estaba aburriendo. Él le preguntó qué quería. Ella le dijo que quizá algo que tuviera que ver más con Desarrollo Organizacional.

Después de esa charla, le salieron varias propuestas de trabajo de la competencia. Entonces su jefe le dijo que, si se iba a ir a trabajar allá, mejor se fuera a la competencia “buena” y llamó a la empresa de selección y recursos humanos en la que trabajaba su esposa. Le contó el caso e inmediatamente la pasó al teléfono. La señora le dijo que pasara cuanto antes para conocerla y hablar del tema.

−Tengo que ir antes a la peluquería a cepillarme –dijo Laura. Ella es naturalmente crespa y ese día no se había cepillado el pelo.
− ¿Te volviste boba? –Le dijo el Gerente.

Así que fue de inmediato. Durante la entrevista volvió a decir que no quería hacer nada más de selección, ni búsquedas de personal y cuánto esperaba ganar de salario. Sorpresivamente para ella, su nueva jefe aceptó y ella comenzó a trabajar temas de assessment, evaluación por competencias, feedback, reconocimiento y planes de desarrollo, para mandos medios y altos ejecutivos.

Al principio, le daba mucha ansiedad ese trabajo porque debía dar retroalimentaciones negativas, decirle a la gente qué estaba haciendo mal o “qué podía hacer mejor”. Pero tenía una jefe muy humana, cercana, amorosa y sencilla, quien dice la ayudó mucho. Aprendió a hacer esas observaciones con tacto y firmeza. A los seis meses, después de una presentación en una empresa muy grande de lácteos, sus jefes la felicitaron.

Por esa época la llamaron de una compañía para trabajar en un cargo nacional en el área de recursos humanos, haciendo selección de personal. Ella lo pensó, porque el salario era muy bueno, pero pudo más la conciencia de sí misma, porque ella ya sabía que selección no era lo que quería hacer.

Aún no había respondido a esa oferta cuando sus jefes la mandaron llamar, porque se habían enterado de lo que estaba pasando.

−Tenemos una propuesta que hacerte –le dijeron.

En la empresa estaban haciendo un proyecto de liderazgo para la empresa de lácteos, y querían trabajarlo desde la perspectiva del Coaching. Ya habían conseguido la compañía que capacitaría a los participantes del proyecto, e iban a formar dos personas de la organización, porque el curso era costoso. La propuesta era que ella tomara ese curso junto con otra persona.

A Laura inmediatamente le sonó el tema y sin pensarlo mucho dijo sí. Le producía ilusión estudiar algo como eso, para fortalecerse más en temas de desarrollo organizacional.

El primer día de su capacitación como Coach le produjo resistencia. Salió algo contrariada, pues sentía que lo que decían no tenía sentido ni fundamentos teóricos. Claro, ella había estudiado psicología y “creía que todo debía ser diagnosticable de forma científica antes de intervenir a una persona”, recuerda. Ciertamente, el tema de ver tanta emocionalidad no le gustaba y la idea de trabajar de una forma que le parecía menos objetiva, en donde las personas no fueran exclusivamente vistas por lo que hacían, sino por quienes eran, le causaba dudas.

Sin embargo, el segundo día fue diferente. El discurso del Coaching le despertó su sensibilidad, algo contra lo que ella siempre había luchado. Sintió que podría apasionarse por eso, pues se hablaba con insistencia de recobrar la autenticidad y quitarse la máscara.

Los demás asistentes estaban preocupados por el tema de los clientes, y hacían muchas preguntas: ¿Cómo conseguiremos nuestros coachees?, ¿Cómo vamos a hacer para demostrarles que nosotros si somos las personas que les podemos ayudar y no otras?, ¿Cuánto podemos cobrar?

La situación de Laura era diferente, pues ella ya tenía sus clientes definidos y los costos los asumía la empresa. No obstante, la ocupaban otras preocupaciones, como por ejemplo, ¿qué hacer con toda esa información que le estaban dando? ¿Hasta dónde iba a aplicarla en su vida? ¿Qué otras cosas podría ella modificar? Sentía la responsabilidad del cambio consigo misma, pues su instinto le decía que podía hacer algo por los demás, y empezó a darse cuenta de que ahora su camino iba a ser diferente.

Sus primeros clientes fueron los líderes de la empresa de lácteos. Ella era consciente de ser una neófita en el tema, pero lo superó diciendo desde el primer día que ella estaba allí sólo para ayudar, que la vieran como una más dispuesta a apoyarlos en los retos de todos los días. Se propuso confiar realmente en ellos y en su capacidad innata para estar cerca de la gente, orientándolos y apoyándolos, pero sin necesidad de decir mucho.

Ese proyecto se prolongó por un año, mientras que paralelamente seguía con el curso. Lentamente, al ver los resultados, empezó a nacer en su conciencia el tema del valor de su trabajo. Entre tanto, la compañía facturaba por cada hora de Coaching suya mucho más de lo que ella realmente recibía.

La verdad es que le encantaba su trabajo de coach: hablar con los líderes y ayudarlos, ir a las reuniones “de los lunes”, donde cada uno discutía lo que le pasaba con sus Coachees en Targeting Results, la casa en que se reunían y asistir a quienes dictaban los talleres de “Momentum Coaching Básico” —que son 2 días en los que las personas definen si realmente les interesa o no el Coaching—. Laura se quedaba todo el tiempo posible con sus maestros, aprendiendo.

Así que consultó con su jefe directa el tema, diciéndole que ella creía era hora de ajustar su remuneración. La jefe le dijo que hiciera una propuesta. Laura investigó con sus maestros (ahora colegas), calculó una oferta, la revisó con su compañera, la otra profesional que estaba tomando el curso de Coach y a ella le pareció justa.

Se fueron a mostrarle la propuesta a su jefe directa y antes de comenzar la reunión, llegó la Gerente a comentarles algo y les preguntó en qué estaban. Cuando le dijeron, quiso quedarse a escuchar.

Cuando Laura terminó de contar cuál era su propuesta y la nueva remuneración, la Gerente dijo que no estaba de acuerdo y se retiró de la reunión. Confundidas, se fueron cada una a sus obligaciones y después, la Gerente fue a hablar con Laura y le dijo cuales eran las condiciones que la empresa estaba dispuesta a aceptar, que eran muy inferiores a las propuestas por ella.

Laura no le dijo que no, solo le agradeció la información. Después habló con su Coach y le contó, entre triste y alterada, el tema.

−Estoy esperando a calmarme un poco para ir a hablar con mi jefe directa, porque la verdad con la que estoy más desilusionada es con ella. Me pidió que hiciera una propuesta, me dio alas y ahora cuando la Gerente no está de acuerdo, ella no dice nada.
−¿Y es que necesitas calmarte?— le dijo el Coach.

Laura pensó que tenía razón, mejor ir así con los sentimientos a flor de piel, con la frustración completa. Después de todo, ella no iba a ser irrespetuosa y si lo era, no importaba. Había algo más grande detrás de todo eso. Su jefe la escuchó y le dio la razón, pero le pidió entender que eso se salía de sus atribuciones, ella no podía aceptar la propuesta, sino que la Gerente era quien aprobaba esas cosas.

Tiempo después, cuando estuvo más tranquila, se dio cuenta que ese paso era necesario: por lo menos ya sabía qué podía esperar de la compañía. Siguió con su curso de Coaching y aprobó la Audición Final en Noviembre de 2006, cuando fue certificada.

Estuvo de vacaciones, pensando mucho en qué iba a hacer. Había mucho trabajo, sabía que era valorada en la empresa, pero entendía que ella no estaba dispuesta a recibir menos de lo que sabía que valía su labor. Tener su empleo era cómodo, pero ella no se sentía feliz haciendo esa concesión. Y se dio cuenta de que la felicidad quizá no era que a los ojos de todo el mundo las cosas estuvieran perfectas, sino que ella fuera coherente consigo misma.

Así que fue a hablar con sus jefes y les dijo que trabajaría hasta el 1 de Marzo de 2007, momento en el que terminaría un proyecto que estaba en curso, ya que se iba a independizar. Se sorprendieron mucho, pero lo entendieron. Laura estaba un poco ansiosa por su reacción, pero ellas estaban muy agradecidas por su gestión, así que le dijeron que respetaban su decisión y que allí las puertas estarían abiertas siempre para ella.

Durante los meses finales, Laura tuvo que lidiar con el miedo que le empezó a producir su nuevo camino. No era fácil, porque aunque sabía que eso era lo que quería hacer, el salto a lo desconocido siempre produce ansiedad y ella la tenía. En una reunión familiar, cuando estaban hablando del tema, cuenta que no podía sino llorar y llorar. Hoy dice que es sano admitir que se tiene miedo, que el cambio no es fácil y simplemente estar preparada para afrontarlo. Para ella llorar fue terapia.

Cuatro meses después, ya tenía más de 10 clientes y continuaba ejerciendo tiempo completo el Coaching en la casa de Targeting Results, donde trabajaban también los demás Coachs. Al principio tuvo algunos problemas con la recuperación de cartera, pero no se dejó atemorizar por eso, simplemente empezó a tomar la precaución de pedir un anticipo del total de horas de Coaching antes de empezar y después facturaba el resto al terminar. Este nuevo modo de operar demostró que sus clientes se esforzaban más por hacerse responsables de lo que habían pagado, por lo cual el enfoque evolucionó hacia solicitar los pagos completos por anticipado y no por sesión de Coaching.

Como también dedicaba parte de su tiempo a ofrecer los servicios de Coaching a empresas (Gestión Comercial), pronto sus esfuerzos dieron frutos, pues pudo comenzar, en equipo con sus nuevos colegas, a prestar servicios de nuevo en organizaciones. Esto demostró, por obvias razones, ser más rentable que el coaching individual. Sus ingresos siguieron mejorando y hoy ya niveló los ingresos que habría recibido como empleada y un poco más.

El tema del dinero dice ella, es uno de los demonios que uno debe enfrentar. Al comienzo, con el tema del flujo de caja incierto, ella tuvo que aplazar el cambio de su carro y en ocasiones decirles a veces a sus amigos que no salía porque no tenía plata, cosa que antes nunca le pasó. Pero esos “sacrificios” no le pesaron, sino que los vio como parte del proceso. “La cantidad de plata que ganes no es la medida de qué tan bien estás haciendo las cosas”, dice.

No obstante, a ella el tema económico se le sigue dando para mejorar. “Es impresionante ver que lo que pudo ser problema o dificultad, hoy se ha vuelto una oportunidad”, recuerda. A mediados de 2.007, Targeting Results empezó a darle un viraje a su negocio y ello a la larga implicó un cambió de nombre, pues ahora la compañía se llama Coaching Group. El tema es que a principios de 2.008, los dueños le hicieron una oferta a Laura para que se vinculara como socia a la empresa. No había mucho que pensar, era la propuesta soñada, así que ella aceptó. Esto le implicará hacer unos aportes económicos al negocio, pero está tan convencida del proyecto, que no le surgieron dudas: “Nos dedicamos a producir cambio, transformación y evolución en las organizaciones y para ellas”, cuenta.

Ahora está planeando irse en un futuro cercano a hacer un curso de Liderazgo, en San Francisco. Este programa lo imparte la misma compañía que creó el modelo de Coaching con el cual ella se formó, y en él podrá compartir con gente de otros países y culturas, al tiempo que desarrolla sus habilidades y características como líder, sin dejar de responder a la necesidad de ser creativa, espontánea y sobre todo seguir siendo ella misma, para después poder facilitar procesos de desarrollo en los demás.

“Tengo la firme ilusión de trabajar impactando más personas, y a través del trabajo uno a uno en Coaching eso es menos probable. Por esto, chévere hacer algo que me abra las puertas a ese sueño y que me permita retarme a ver una versión mía diferente”, dice. Con seguridad, nuevos caminos y bifurcaciones seguirán abriéndose en su vida, aparecerán más oportunidades y gente a la cual ayudar.

Hacerle caso a ese impulso interno que la instaba a moverse, a evolucionar, le valió a ella obtener la perspectiva que hoy tiene. ¿Cuándo le va a dar usted perspectiva a su vida?

4. Es necesario enfrentar los miedos y liberarse del apego, de otra forma, no se consigue la fuerza necesaria para decidirse por el cambio.

Jesús Muñoz
Docente y consultor
Psicólogo
49 años

Lograr entrevistar a Jesús fue un premio a la constancia. Pasaron algunos meses antes de que lográramos concretar una cita y cuando al fin la definíamos, siempre pasaba algo. Justo cuando yo ya pensaba, tras muchos intentos, que no iba a poder conseguir su historia para este libro, él me sorprendió diciéndome que “ya no tenía cara” para aplazar más esa reunión y me pidió ir a la Universidad de los Andes, donde trabaja como docente, para entrevistarlo.

Su historia, según él, “no tiene mayor importancia”, pero como se verá a continuación, no es así. Expresiones como esa no son más que una muestra de su modestia y creo que quienes lo conocen estarán de acuerdo conmigo en que no es un hombre al que le guste el protagonismo, aunque sí está orgulloso de sus logros. Le encanta el trabajo bien hecho y los resultados que hablan mejor que cualquier discurso, pero nada de “publicidad”, eso no lo seduce en lo más mínimo.

Quizá ese sea el último remanente de su época de niño y adolescente tímido en Ibagué. Cuando Jesús tenía tres años, su padre murió. Su mamá, que sólo contaba con 21 en ese entonces, tuvo que trabajar muy duro para sacarlos adelante. Afortunadamente, ella contaba con la ayuda de sus padres, quienes la acogieron con sus dos hijos (Jesús y su hermana) en la casa paterna.

De esta forma, Jesús tuvo en su abuelo un padre amoroso y dispuesto que le marcó con su ejemplo, sus posturas ante la vida y su afecto, y en su abuela, una madre que lo acompañaba y estaba allí con frecuencia, mientras su madre trabajaba. Recuerda que su familia era humilde, no gozaban de grandes comodidades pero vivían tranquilos, y la crianza tuvo lugar en medio de un sentido muy estricto de los valores, especialmente los religiosos, pues uno de los tíos de Jesús era sacerdote y en muchas ocasiones, era el ejemplo a seguir dentro de la casa.

Cuando llegó la hora de estudiar asistió durante un año a un Colegio pequeño, de donde tiene recuerdos muy gratos, porque la dueña de la institución, Doña Cecilia, según recuerda, tenía un don especial para atender a los niños. Dado que él venía de una situación emocional difícil por la falta de su padre, la llegada al colegio era un momento clave y él fue recibido muy calurosamente por esta señora y su primera profesora, “la señorita Soledad”. Según evoca, esa fue la primera de muchas de las bendiciones que ha recibido en su vida.

Para cursar la primaria y el bachillerato, lo inscribieron en un colegio de los Hermanos Maristas, masculino, cuya formación era religiosa. Desde el principio, Jesús demostró ser una persona aplicada para el estudio, si bien era muy tímido e introvertido. Cuenta que, a pesar de no ser deportista, le gustaba caminar por las montañas cercanas a Ibagué, lo cual se facilitaba porque tenía compañeros con el mismo gusto y en esa época no había problemas de seguridad, así que podía disfrutar con frecuencia del placer de reunirse con la naturaleza y experimentar el silencio.

Jesús solía jugar en el solar de la casa de los abuelos y como a su tío sacerdote le gustaba la música clásica, pronto él le tomó el gusto a esas melodías, tanto que de hecho hoy no concibe su vida sin la música. Se la pasaba leyendo libros de su abuelo, de su tío y de la biblioteca del colegio, donde se quedaba en los recreos, en vez de irse a jugar a las canchas como hacía el resto de los niños. “Prefería quedarme allí a leer y a mirar por las ventanas”, recuerda. Le gustaba estar solo. Hoy dice que sentía que algo le faltaba, y si bien entonces no sabía qué, hoy concluye que era la presencia paterna, pues si bien su abuelo era amoroso, gentil y amable con él, Jesús echaba en falta a su papá biológico.

En la época en que estudiaba en el colegio, la carrera más apetecida era la medicina y por otra parte, su abuelo tenía conocimientos de derecho y tenía una oficina a la cual iba la gente a consultarle temas jurídicos, así que en los primeros años de Bachillerato, Jesús quería ser médico o abogado. Más tarde, comprendería que la primera opción la buscaba más por el status y reconocimiento que la sociedad confería a los doctores en medicina y la segunda, por su inclinación a hacer algo similar a lo que hacía su abuelo, a quien admiraba, pero con un título universitario que le permitiera llegar todavía más lejos.

Cuenta que durante el Bachillerato se arraigó mucho más su introversión, pues de esa época conserva sólo un amigo. No obstante, durante los dos últimos años de colegio se unió con otro compañero, que tenía una letra preciosa y dibujaba muy bien, para hacer un pequeño periódico de la institución que informaba las noticias del colegio. Esta publicación, además de los estudiantes, la leían los padres de familia, para quienes pegaban las hojas del periódico en una cartelera.

Fue esta experiencia la que lo llevó a querer estudiar Psicología. ¿Cómo? Se preguntará usted, porque uno creería que eso lo llevaría a estudiar Periodismo o Literatura, pero ¿Por qué Psicología? Resulta que ver cómo reaccionaban las personas a la publicación, lo obligó a ponerse en contacto con la gente. Los comentarios que hacían a los textos y las diferentes opiniones de los lectores, le mostraron la increíble diversidad que había en las personas. Este fue el primer paso para curarse de su timidez, de la cual dice jocosamente “Hoy está completamente curada, de otra manera no me podría parar al frente de un grupo a dictar clase”. Con esta vivencia también se percató de cuánto disfrutaba escribir y notó que tenía habilidades para hacerlo.

Se graduó con honores y como en su colegio entregaban medallas por los logros, cuenta que “parecía un General de la República”, con todos los reconocimientos que le dieron en esa fecha. “¿Qué vas a estudiar?” Le preguntó a Jesús el rector del colegio, el hermano Abdón. Cuando le dijo que iba a estudiar Psicología, él le contestó: “Este es uno de los casos en que la persona no está hecha para la carrera, sino que la carrera es la que está hecha para la persona”, en una clara referencia al buen trato y genuino interés por el otro que le había visto durante las jornadas de alfabetización, que en Colombia se hacen en el último grado del Bachillerato. Su especial gusto por observar, pues ya he contado que prefería quedarse en el recreo mirando a los otros, había evolucionado en una fascinación por el comportamiento humano.

Su abuelo sintió que la elección era un poco aventurada y le dijo que “estaba bien que estudiara lo que quisiera, pero que recordara que venía de una familia humilde que no podría mantenerlo para siempre”, aludiendo al paradigma de que esa carrera era sólo para mujeres y que no estaba seguro de que estudiando eso pudiera realmente hacerse cargo de su vida.

Aunque Jesús no se amilanó, cuando vino a Bogotá se presentó a tres universidades y a carreras distintas. “Como puedes ver, estaba muy bien orientado”, bromea. En la Universidad Nacional, se presentó a Odontología, porque esperaba hacer un puente con Medicina si era posible (los cupos son pocos para la cantidad de personas que se presentan a esa carrera), en la Universidad del Rosario se presentó a Derecho y en la Universidad Javeriana se presentó a Psicología. Resultó que esta última fue la primera en publicar los resultados de estudiantes admitidos y en los siguientes cuatro días había que matricularse. Junto con su madre concluyeron que lo mejor era asegurar el cupo, así que pagaron la matrícula.

Algunos días más tarde, se enteró de que también había pasado en las otras dos universidades (incluso había conseguido un puntaje que le daba para entrar a medicina en la U. Nacional). Su mamá le dio libertad de hacer lo que quisiera, pero él decidió quedarse en Psicología, entre otras cosas, porque no podía hacer perder a su madre el dinero que ya habían invertido y porque en el fondo, cuenta, tenía el convencimiento de que eso y no otra cosa era lo suyo.

En Bogotá vivió con su abuela paterna, en una casa muy humilde en el barrio Quiroga. Recuerda que era una verdadera delicia venir a visitarla cuando aún estudiaba en Ibagué, pues ella era muy especial. Educada con marcados valores religiosos y coherente con esa formación, su abuela era “profundamente amante de las personas que amaba y en general, quería a todo el mundo”, asegura. A esta mujer le gustaba acoger a las personas en su casa y no obstante su pobreza, tenía en su hogar siempre un pedazo de panela disponible para hacer una atención a las visitas. Esa forma de ser, amorosa, cálida, amable y servicial con la gente, lo influiría de tal modo que la impronta de esa abuela hizo la diferencia en su carácter para siempre y gracias a eso, en un futuro sus habilidades de liderazgo se vieron enriquecidas por esa manera afectuosa de relacionarse.

Jesús recuerda el pregrado en la Universidad como una de las épocas más especiales y plenas de su vida. Cuenta que sus compañeros lo acogieron desde el primer día con gran receptividad y pronto él se dio cuenta de que, sin ningún esfuerzo, tenía una buena relación con todos. Esto hizo que poco a poco, él se fuera abriendo más a la gente, a sus gustos y a sus costumbres. Una bendición más para su vida.

Los temas de la carrera le parecieron fascinantes, en especial el tema de neuropsicología. Allí pudo explotar “su vena de médico”, y se convirtió en monitor de la materia desde el segundo año. Las lecturas y prácticas le encantaban (veía pacientes desde VI semestre) y confirmó que la psicología era lo suyo. En las monitorías encontró muy rápidamente una gran afinidad por la docencia, pues “encontraba muy valiosa la oportunidad de sentarse con un grupo de personas a descifrar nuevos mundos y compartir conocimiento”. Esa sensación logró transformar del todo su introversión y su timidez y se convirtió en el alumno favorito de varios profesores, que procuraban interesarlo por su rama de especialización: conductista, gestalt, psicoanálisis…

Precisamente por ese gusto que le tomó a todo lo que estaba viviendo, cuenta que su vida se fue haciendo muy intensa. “Yo quería más y más”, asegura. Si había investigaciones en la facultad, él quería estar. Si había trabajo voluntario con las comunidades, él se apuntaba. Si había opción de hacer terapia en los centros de atención del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, él quería estar allí. La carrera lo absorbió por completo, su vocación se le había revelado y Jesús le hacía caso con toda la fuerza de la que era capaz.

Cuando estaba en noveno semestre, lo llamó el decano de la Facultad de Ciencias Económicas y administrativas para pedirle que comenzara a dictar una materia en la carrera de Administración de empresas, que se llamaba Comportamiento Organizacional. Allí formó parte del equipo de otro profesor, Carlos Dávila, quien es referencia en los textos de esa disciplina.

Al graduarse, le propusieron ser el Psicólogo del Colegio Mayor de San Bartolomé. “Era simpático porque yo tenía más o menos la misma edad de los alumnos”, recuerda. Entonces, más que el psicólogo, era como “el partner”, el amigo de los muchachos. Por las noches seguía dictando cátedra en la Carrera de administración y para tener “algo” que hacer los fines de semana, creó la escuela de padres del colegio. Llegaba al colegio a las 7 de la mañana y salía de allí a las 6 de la tarde a dictar clase hasta las 10 de la noche. Después tenía que corregir, preparar clases y los fines de semana, ir a las convivencias con los papás.

Ese ritmo tan agitado de trabajo, si bien lo hacía sentir pleno, lo llevó a tener un espasmo coronario cuando tenía sólo 23 años. “Me dejé absorber tanto por lo que me gustaba, que llegué a desconocer los límites y vulneré mi salud física”, afirma. Estuvo en cuidados intensivos y la incapacidad duró poco más de un mes.

No obstante este evento tan difícil, Jesús dice que marcó su vida muy positivamente, porque le obligó a hacerse varias preguntas, entre ellas la fundamental: ¿Qué estoy haciendo con mi vida? Como respuesta, decidió continuar siendo psicólogo (Nací para eso, dice), pero tomó la decisión de cambiar de empleo radicalmente. En ese momento le pareció importante cortar con el colegio, porque sabía de su dedicación y su compromiso con el tema y no podría evitar que lo absorbiera de nuevo.

De manera que renunció cinco meses después de regresar, sin haber encontrado aún otro empleo. “Me retiré para buscarlo”, dice. Pronto apareció la oportunidad de trabajar en una empresa como asistente de personal, haciendo cosas que según recuerda, no se había imaginado que iba a ejercer desde el punto de vista personal y profesional. En esa nueva empresa, que fabricaba pegantes, recubrimientos de caucho y balones de una marca muy reconocida, Jesús se quedaría nueve años y llegaría a ser el Gerente Administrativo, Financiero y de Gestión Humana. Se convirtió con su esfuerzo, compromiso y muestras de lealtad, en la persona de confianza de los dueños, pues él era quien se quedaba encargado cuando ellos debían salir de viaje.

Desde el principio se preguntó qué era lo que estaba haciendo allá. Y esa pregunta empezó a tener respuestas, no de inmediato, sino con el paso del tiempo, cuando se dio cuenta que más allá de la selección, el rol más importante que él jugaba en la empresa era ser el escucha, el confidente de los trabajadores, lo cual le granjeó la confianza de la gran mayoría de ellos.

Su estilo exigente, pero al mismo tiempo cordial y amistoso, le permitió apoyar en gran medida el proceso de calidad total que la compañía había decidido implementar, pues querían construir una empresa que además de todas las características de eficiencia, tuviera un marcado sentido humano. Ahí fue cuando Jesús empezó a sentir “Ya sé para qué estoy aquí, ya entendí qué es lo que la vida me trajo a hacer a esta empresa”.

El proceso fue muy enriquecedor, formaron un excelente equipo para desarrollar el tema y entre otros logros, rediseñaron los procesos para que los empleados no estuvieran expuestos a los insumos más tóxicos o dañinos, así como al exceso de calor en las prensas. Otro proyecto con el que “abonaron” la consecución de altos estándares de calidad, fue la alfabetización de los obreros de la planta, pues resultaba contradictorio tener muchos procesos detallados si quienes debían ejecutarlos no sabían leer y escribir de forma adecuada. Y al frente de todo esto, siempre estaba Jesús, pensando en que el sitio de trabajo fuera un lugar amable no sólo en términos de la relación entre el personal, sino que generara un impacto mínimo en la salud de los empleados. El éxito de estos programas fue tal, que la compañía fue reconocida con varios premios a la calidad y a la implementación del balance social.

Durante este mismo lapso se casó. Había conocido a su esposa, una odontóloga, en la época del trabajo en el colegio, cuando ella estaba haciendo sus prácticas en la misma institución. Muy pronto la docencia se volvió a atravesar en su vida, y comenzó a dictar clases de nuevo, en varias universidades, entre ellas la que trabaja ahora, la Universidad de los Andes, donde estudió una Especialización en Administración de empresas con énfasis en recursos humanos y una Maestría en Dirección Universitaria.

Sobre la experiencia en esta empresa, Jesús concluye que aprendió muchas cosas fundamentales: “Entendí el valor de la empresa como espacio propicio para el desarrollo de las personas. Por otro lado aprendí el valor de la persona desde una perspectiva distinta a la que había aprendido en la psicología, desarrollé una conciencia social muy marcada, que era favorecida por mis experiencias de la infancia y adolescencia. Además afiancé mi opinión acerca de la importancia que tiene la relación con los empleados para conseguir los propósitos de la empresa y de la relevancia de hacerlos sentir legítimos y cómodos”.

También, dice, entendió el valor del dinero en la vida del ser humano. “Es un medio útil que si bien tiene un papel importante desde la perspectiva del consumo, no es un fin en sí mismo. Es importante guardar algunos “reales” no para perder la confianza en el futuro, sino para mantener la seguridad en el presente”, afirma. Cuenta que entendió que el poder es una coyuntura y no un hecho permanente, por lo cual debía tratarlo de igual forma, como una circunstancia. “Entonces, en lugar de que el cargo se apropie de mí, debo ser yo quien me apropie del cargo, ocupándome más de comprender y escuchar, que sólo de dirigir”, afirma.

¿Y todo eso lo aprendiste en la empresa? Pregunté yo, asombrada. Esperaba que me contara que había algún mentor, algún sabio que le había ayudado a sacar tales conclusiones. Y sí, lo había, pero de una forma diferente. Su abuelo le había dicho “Mijo, si usted tiene alguna duda fundamental, vaya a los clásicos”. Entonces sus maestros y mentores habían sido, Platón, Aristóteles, Sócrates… Acudía a ellos todo el tiempo, se dejaba guiar por esa sabiduría a la que no le pasan los años, y de esa manera, no sólo salía airoso de los retos de la compañía, sino que sabía extraer de cada experiencia el mejor provecho.

Después de esta enriquecedora vivencia laboral, Jesús decidió cambiar de trabajo y se fue a una Organización empresarial muy importante en el país. La razón primordial para hacerlo fue que sentía que debía romper el cordón umbilical con la primera empresa, o se convertiría en “un activo fijo” y la segunda, que los proyectos que le ofrecieron en su nuevo empleo desde el primer momento le encantaron. Aunque lo más fácil habría sido quedarse para siempre en la compañía de pegantes y cauchos, porque allí era apreciado y reconocido, él tenía la inquietud de examinar un enfoque distinto, de acercarse a la realidad de otra empresa.

En la Organización empresarial se quedó un año, donde tuvo oportunidad de reencontrarse con su vida espiritual, pues allí los procesos de gestión humana estaban signados por un desarrollo personal muy fuerte. Eso le llevó a leer de nuevo a Anthony de Mello, a Krishnamurti y otros maestros orientales, y poco a poco, se fue aclarando su intención de dedicarse de lleno a la docencia, la consultoría y a ser independiente, pues sentía que quería seguirse dedicando a las empresas, pero desde otra perspectiva. “En lugar de estar sólo en una empresa, quería estar en muchas. Y la única manera de hacerlo era estando en una escuela de administración, que se dedicara a eso y haciendo consultoría”, asegura.

Y se lanzó al agua. De nuevo, no tenía ya un empleo o contratos definidos cuando decidió emprender esta aventura. Soltó la liana sin tener otra preparada. Recuerda que le fue a contar a su esposa, Gilma, y le causó un susto mayúsculo con la noticia.

—Vengo a contarte que renuncié a la Organización— dijo Jesús
—¿Y qué pasó?— contestó Gilma, pensando que había ocurrido algún evento desagradable.
—Nada.
—Y ¿Qué vamos a hacer?
—No sé.
—Pero, ¿Qué vas a hacer?
—Trabajar, me imagino.
—Pero, ¿Estás loco?
—Sí, pero…¡se siente tan rico!

Lo que más le emocionaba de la decisión era empezar a construir su vida como consultor. Él ya venía cavilando la idea, imaginando la forma de hacerlo, pero era necesario ese paso del retiro para avanzar definitivamente hacia su propósito. A la fecha de esta entrevista, han pasado 15 años desde que tomó esa decisión y ha asesorado 142 empresas, nacionales e internacionales. Como si fuera poco, ha ejercido la docencia de forma paralela en pregrado y postgrado. Incluso estuvo tres años dirigiendo la Especialización en Administración de la Universidad. ¿A qué hora ha hecho todo esto? Ni él mismo sabe.

“Hoy en día no me interesa el cargo que pueda ocupar aquí o allá, ese tema no me genera ningún tipo de angustia”, me dice a propósito de los n tipos de contrato con diferente título que ha tenido con las universidades, “Y tampoco me genera ansiedad si es aquí o en otra parte. Por supuesto, estoy aquí y quiero mucho esta universidad, pero si por alguna razón mañana no, si la cosa no es en este sitio, ¡está bien! Si no es acá, será en otro lugar, en verdad no importa. Yo he aprendido en la vida que lo más importante es lo que está sucediendo aquí y ahora, lo demás es lo de menos”.

¿De aquí a los dos próximos años, tienes planes?, pregunté yo, a lo cual Jesús contestó: “Digamos que más que planes, me gustaría que. Ahora, si no sucede así, no importa, no pasa nada. Me gustaría conocer a mis nietos (Sus hijos tienen 15 y 13 años), me gustaría tener una cátedra de forma permanente en una universidad, que pueda ir construyendo todo el tiempo, haciéndola evolucionar. Me gustaría que los estudiantes del programa de Alta Dirección en Gestión y Liderazgo Estratégico, que él creó hace diez años en compañía de algunos de sus colegas, multipliquen a la n potencia lo que han aprendido con nosotros. Me gustaría vivir en una casita de un sólo piso, en un área rural, puede ser en Anapoima, y dedicarme a partir de mis cincuenta años, que los cumplo el próximo año, a escribir libros de desarrollo humano, enfocados a la vida empresarial. ¡Ah! y me gustaría que mi esposa me siga rascando la espalda, que nos sigamos acompañando mutuamente”.

Como me sorprendía tanto que él hubiese sido capaz de soltar un trabajo sin tener el otro listo, le pregunté cuál era el secreto para afrontar ese tipo de decisiones de la mejor forma. “Yo creo que los principales enemigos del desarrollo humano son dos: El apego y el miedo. En la medida en que logres desapegarte y perder el miedo, lo cual en principio genera una sensación como jarta, vas a llegar al otro lado, y cuando estés allí, te vas a preguntar cómo fue que dejaste pasar tanto tiempo sin tomar la decisión”.

Para finalizar, me dijo que “Es necesario enfrentar los miedos que tenemos, y enfrentarlos de verdad. Hay que tener la capacidad y la voluntad para desapegarse de lo seguro”. Jesús no sabía exactamente qué tipo de oportunidad iba a aparecer cada vez que soltaba “la liana”, pero a cambio, tenía siempre una idea y el firme propósito de vivirla a continuación. De alguna manera, su mente y el universo se encargaban de ponerle esas opciones que buscaba en el presente, y él se ocupaba de aprovecharlas al máximo, sin gastar energía en el temor de no ser capaz o de fracasar. Y aún hoy lo hace.

5. Rechazar un futuro en el que haces lo posible para darle gusto a todos, menos a ti.

5. Rechazar un futuro en el que haces lo posible para darle gusto a todos, menos a ti.

María Claudia González
Bailarina y profesora de danzas del Medio Oriente.
Administradora de empresas
34 años

María Claudia quería ser diseñadora de modas. Cuando tenía 9 años ya le hacía los vestidos a sus muñecas, pues de pequeña había sido una niña hiperactiva, y el tratamiento para canalizar esa energía desbordada había sido el arte: manualidades, pintura, música clásica… sin esto, habría seguido siendo la niña líder que hacía maldades.

Cuando se graduó del colegio ya tenía los papeles listos y todas las averiguaciones hechas para irse a estudiar a Italia diseño de moda, pero su papá le dijo que él sólo le pagaría la educación si estudiaba Administración o Ingeniería Industrial. Ella se resistió al principio, pero como no tenía medios para irse sola a Europa, le dijo a su padre que iba a hacer lo que él quería, a pesar de que el costo de la Universidad en Bogotá era, según ella, casi lo mismo que mandarla a estudiar a Italia aquello que verdaderamente le gustaba.

Así que estudió Administración y se graduó en el año 98. Desde el principio la entusiasmó la idea de tener un negocio propio y le pidió apoyo a su papá para poner un restaurante. Compraron uno, con local en arriendo, donde trabajó año y medio, de los cuales sólo estuvo tiempo completo durante 6 meses, pues era difícil discutir las decisiones con su padre.

Pasado ese tiempo la llamaron de una multinacional, donde la universidad había mandado su hoja de vida, para que trabajara con ellos como gerente de cuenta de la zona del Pacto andino, un trabajo de tiempo completo que le ofrecía un sueldo en dólares. Decidió tomarlo y se hizo cargo del restaurante en las noches y los fines de semana. Ante esta carga laboral tan fuerte se puso muy delgada, dice que casi le da anorexia nerviosa.

Por esa época, ella se hizo novia del anterior dueño del restaurante, un arquitecto con negocios propios que le llevaba 18 años y esta relación no la aprobaban los padres. La situación llegó al punto en que ella se fue a vivir con su abuela 4 meses y luego, junto con su novio compraron una franquicia de una marca de ropa y accesorios para vender en Guatemala. Ella estaba contenta porque el tema tenía que ver con lo que le gustaba, así que renunció a su trabajo en la multinacional y alistó todo para irse.

Afortunadamente logró hacer las paces con su padre antes del viaje y una vez allá, el negocio floreció, pero sólo se quedó allí 8 meses porque le hicieron un intento de secuestro. Durante ese tiempo, el novio prácticamente se la pasaba en Colombia solucionando sus problemas económicos por la recesión del sector de la construcción.

Al regreso a Colombia, se vio obligada a nombrar un administrador en su negocio, y con el tiempo éste empezó a dar pérdidas. María Claudia y su novio prefirieron vender, con lo cual lograron recuperar lo invertido y un poco más.

Entre tanto, vivió en el mismo apartamento con su novio, pero las cosas no estaban funcionando entre ellos y como los padres de María Claudia estaban viviendo en E.U, ella se fue a vivir a la casa paterna, pagando los gastos. Luego, una tía suya la contactó con el gerente de una empresa de pegantes para que hiciera un estudio de satisfacción del consumidor y al gerente le gustó tanto el trabajo de ella que la contrató para que montara el área de mercadeo en la compañía.

Allí se quedó año y medio, puesto que había una gerente comercial que todas las ideas que ella proponía las descartaba y como no quería quedarse “calentando puesto”, le dijo al jefe que así no podía trabajar y se retiró. Después de un tiempo, entró a otra empresa de importaciones de insumos químicos industriales, como gerente comercial.

Para esa época, sus papás habían regresado al país y ella tenía de nuevo mucho conflicto viviendo con ellos, así que se fue a vivir sola. En el nuevo trabajo se quedó tres años, formó un equipo de vendedoras con las que trabajaba muy a gusto y con las que logró mantener una relación que trascendía la oficina. Durante el tiempo que estuvo allí, las ventas se triplicaron.

Pero con el tiempo, empezó a sentirse estancada. Odiaba el tema de marcar tarjeta, así que llegaba tarde (esto es, 10min en una empresa que se fijaba mucho en eso) y/o se sentía enferma todo el tiempo, no quería ir al trabajo. Se la pasaba enfrentándose con el gerente administrativo por el tema de la llegada tarde y por la relación tan buena que tenía con sus subalternas, la cual defendía siempre que la llamaban a dar cuentas. Finalmente renunció después de un enfrentamiento muy fuerte con el dueño y el gerente administrativo. Logró retirarse en buenos términos y además, indemnizada, con ahorros para vivir casi dos años.

Y comenzó a pensar qué hacer con su vida. Recordó que durante una consultoría de clima organizacional en la empresa, a ella le preguntaron que quería ser y la respuesta que primero vino a su mente fue: “Bailarina”. Después del análisis, las psicólogas le dijeron que para ella lo mejor era ser independiente.

En ese momento, apareció en su vida la danza árabe, pues en octubre de ese año hubo un congreso de danza Samkya que costaba 300 dólares por tres días. Era oneroso, pero a ella le encantaba el tema, de manera que asistió y quedó completamente fascinada con el baile, la meditación y esa nueva forma de ver la feminidad. Tras el congreso, aplicó para ser maestra, llenó los formularios y tomó los dos módulos en un mes: el primero de 36 y el segundo de 72 horas. Esos estudios le confirmaron lo que ella suponía: la danza la hacía sentir viva, plena y alegre. Aún sabiendo lo diferente que era esa ocupación de todo lo que había hecho antes, se dio cuenta de que era eso lo que quería hacer.

Y entonces le llegó la tentación: por esa época, la llamó el gerente de una empresa de agroquímicos, que era cliente de ella cuando trabajaba en la empresa de insumos industriales y le ofreció la Vicepresidencia de compras y comercial de la compañía. A María Claudia se le revolvió el estómago, porque sabía muy bien que era el puesto que cualquier profesional como ella debería desear.

En la entrevista, María Claudia le dijo al gerente que ella estaba en proceso de reencontrarse a sí misma con varios temas, entre ellos la danza. Él le ofreció flexibilidad de tiempo para poder hacer todo lo que ella le dijo que estaba haciendo: dictar clases, tomar cursos, asistir a meditaciones...

Le pidió tiempo para pensarlo, pero finalmente decidió rechazar el puesto, porque ella “ya sabía la dedicación que exigían esos cargos” y se dio cuenta de que la carga laboral sería tan pesada, a pesar de las buenas intenciones del jefe, que no iba a tener tiempo para bailar con la intensidad y dedicación que deseaba.

Y poseída por el deseo de hacer de su vida lo que realmente la llenara, después de siete años y medio de relación, decidió terminar del todo con su novio arquitecto.

Más adelante, tomó dos cursos intensivos de danza y filosofía de las danzas del medio oriente y la contrataron para dar clases en la academia en que estudió para bailarina. Poco a poco, la empezaron a llamar para hacer presentaciones en eventos privados y también comenzó a hacer vestidos para sus alumnas, que a veces le ayudaba a coser su madre.

Ese mismo año hizo una presentación de danza Prem Shakti, con la que se graduaba de maestra en segundo nivel, a la que invitó a sus padres. La presentación salió muy bien, pero ellos no demostraron la más mínima emoción, es más, le dijeron que no los volviera a invitar. Ella sufrió y lloró por ese rechazo, pero no se desanimó.

Cuando la conocí, María Claudia se ganaba dictando sus clases de danza, pues ya era maestra, menos de la tercera parte que necesitaba para mantenerse en su tren de gastos. Se despertaba a menudo con la angustia de saber que no tenía suficiente y que quizá había debido aceptar el puesto de la empresa de agroquímicos. Pero concluyó que no después de unos días de crisis.

Supo que no cambiaría por nada el sentimiento que le quedaba después de dictar una clase y ver en los ojos de sus alumnas el agradecimiento por haberles dado ese rato de aprendizaje, además de la energía y la felicidad que sentía ella después de la danza. Si era necesario, se bajaría del tren de vida que llevaba, sólo para poder vivir como ella quería.

Con frecuencia, las imágenes son elocuentes. María Claudia usa aretes de monedas y pulseras que tintinean cuando gesticula. Las cejas son pobladas y su cabello oscuro, espeso y ondulado realmente recuerda a una bailarina árabe. Me invitó a una presentación que hizo en un gran auditorio de un colegio muy prestigioso de la ciudad, junto con las demás profesoras y alumnas y realmente parece estar hecha para el baile. Cada vez que la veo, está bailando todavía mejor. ¿Cómo los padres no vieron esto? Porque estaban cegados por el paradigma de lo que sí se debe hacer, parece.

A mediados de 2006, María Claudia viajó a España. Se fue con el proyecto de dictar clases allí, diseñar y coser más vestidos para ese tipo de danza y hacerse un nombre de bailarina cada vez más reconocida. Hoy ya lo tiene, su nombre artístico es Shazadi Ashaki (Princesa bella en árabe) y además de clases, dicta talleres y se presenta en shows y eventos de todo tipo. Frente a la pregunta inevitable de cómo ha logrado salir adelante a pesar de los obstáculos y el desánimo que nos invaden a todos cuando las cosas no salen bien, dice que “El secreto es tenerle amor a las cosas que haces en la vida y creer en tí misma. La vida luego te ayuda para encontrar el camino”.

Hoy ella afirma que “uno se vuelve muy cómodo, se deja llevar por el sueldo mensual y el consumismo, pero la verdad, uno no necesita tanta cosa”. El trabajo en la oficina, recuerda, a veces llena de una seguridad falsa, porque “igual a uno lo pueden echar cuando menos lo espera o cuando más resignado está y lo dejan fuera de base”. Lo más importante para ella, es hacer algo de lo cual esté realmente convencida, algo que la haga sentir que vale la pena estar viva.

Al verla bailar, es evidente que se siente así. Es hipnótico observarla, ahora, que usa unas alas de Isis (una gran tela dorada brillante plegada en prenses, que maneja con los brazos) y gira sobre sí misma con una sonrisa perenne en los labios.